miércoles, noviembre 20, 2013

Educación, Evolución y Cerebro Social

El último capítulo de su libro Social Why our brains are wired to connect, lo dedica Matt Lieberman a dar una serie de consejos sobre educación. Van dirigidos al público norteamericano pero pueden ser interesantes también para otros lugares. Su punto de partida es que EEUU es uno de los países que más gasta en educación pública y, sin embargo, ocupa un lugar muy alejado de la cabeza en la tabla de resultados (25º en matemáticas, 17º en ciencia y 14º en lectura, por ejemplo) . El bajón de los alumnos parece que ocurre en el tramo educativo que llaman “junior high” que va de los 12 a los 14 años, lo que corresponde al tramo inicial de nuestra ESO, aproximadamente. En esta edad los alumnos entran en la adolescencia y se produce un desinterés por los estudios y un aumento del interés por el mundo social. También hay otros cambios en la organización y metodología de la enseñanza, como que se pasa de tener un único profesor  para la mayor parte del día a un profesor para cada  materia.

Lieberman cuenta cómo cuando él estaba en esta edad se había cambiado de escuela y había conocido a un compañero extremadamente inteligente con el que había hecho buenas migas porque les gustaban los mismos deportes y videojuegos que a él. Se quedó muy sorprendido cuando en unas evaluaciones que hicieron poco después sacó muy malas notas. Le preguntó al amigo por esos resultados y éste le dijo que había hecho mal los exámenes a propósito para que los otros niños no supieran que era inteligente y se rieran de él. Es un caso extremo pero ilustra el choque entre mundo social y mundo educativo a estas edades. El asunto es que los alumnos en esta edad tienen una necesidad de pertenencia (nuestra motivación social más básica) y si no se cubre va a interferir con los resultados académicos. 

No hay mayor amenaza para el sentimiento de ser aceptado de un adolescente que ser acosado (bullying) mientras otros observan y no hacen nada. La inhibición de los observadores es tomada por la víctima como un apoyo o un respaldo al acosador y se experimenta como un rechazo por parte de los compañeros. En EEUU se habla de un 40% de bullying en adolescentes así que eso puede explicar una buena parte del bajonazo en rendimiento académico a esta edad. ¿Y por qué iba a afectar el bullying, que típicamente ocurre fuera de clase, al rendimiento dentro de clase? Para eso tenemos que recordar que el dolor social utiliza los mismos circuitos que el dolor físico y está bien demostrado que el dolor físico se asocia a un deterioro cognitivo como una disminución de la memoria de trabajo, por ejemplo. El fin del dolor es precisamente llamar la atención sobre sí mismo para que se tomen las medidas que lo eliminen. Roy Baumeister ha comprobado que hacer sentirse rechazado a un adolescente disminuye su rendimiento en pruebas de C.I. y de inteligencia (simplemente diciéndoles que en el futuro era probable que estuvieran solos que otra gente).

El caso es que en estas edades hay una batalla entre los profesores, que intentan meter la lengua, la historia y las matemáticas en las cabezas de los adolescentes, y los alumnos, que están preocupados por lo que es más importante para ellos: el mundo social inmediato de sus compañeros. Y como sabemos algo de evolución sabemos que no es culpa de los estudiantes que se distraigan con el mundo social. Estamos construidos para centrar nuestra atención en el mundo social porque, en nuestro pasado evolucionista,  cuanto mejor entendíamos el mundo social mejor nos iba en nuestras vidas. El sistema de mentalización (dedicado a entender intenciones y motivaciones en los demás) se muestra especialmente activo e influyente en la adolescencia.

Aunque el cerebro está diseñado para atender al mundo social, las clases están diseñadas para cualquier cosa menos eso. Invertimos unas 20.000 horas en aprender cosas en la escuela y la investigación dice que al de tres meses de aprenderlas hemos olvidado más de la mitad. Menos d ella mitad de nuestro conocimiento es accesible unos años después. Dice Lieberman que si el tuviera una impresora que solo reproduce el 30 % de lo que hay en la página la tiraría, igual hay que hacer lo mismo con la educación.

O sea, que los profesores están perdiendo la guerra de la educación porque los alumnos se distraen con el mundo social. Naturalmente, los estudiantes no lo ven de esta manera. No fue su elección que les den la chapa con algo que no les parece relevante. Ellos quieren aprender desesperadamente, pero quieren aprender acerca de su mundo social, cómo funciona y cómo pueden asegurarse un lugar en él, lo cual aumentará sus recompensas sociales y disminuirá el dolor social que sienten. Su cerebro está cableado para sentir esa fuerte motivación social y para usar el sistema de mentalización para que les guíe. Desde el punto de vista evolucionista, el interés social de los adolescentes no es una distracción. Más bien, es la cosa más importante que tienen que aprender bien. Pero ¿cómo responden las escuelas a esa necesidad? pues la respuesta es: “por favor, deje su cerebro social en la puerta de clase, tenemos que aprender”. la postura típica de las escuelas es que las urgencias sociales hay que dejarlas fuera de la puerta de clase y lo de hablar, pasar notas durante la clase, etc., son ofensas que hay que castigar. ¿Cuál es la solución? dar a los alumnos descansos de 5 minutos para que socialicen o dejarles hablar por Whatsap en clase? Lieberman propone que la solución real es dejar de convertir al cerebro social en el enemigo e incluirlo como parte del proceso de aprendizaje. 

Lieberman cita un trabajo del psicólogo David Hamilton en el que se hace leer a dos grupos unas frases que describen  una serie de conductas ordinarias (como leer el periódico). A un grupo se le dijo que memorizara estas acciones porque luego les iban a hacer un test de memoria, y al otro grupo se le dijo que se formaran una impresión global de las personas que realizaban esas acciones ( y se les dijo explícitamente que no intentaran recordar la información). ¿Sabéis quién pasó mejor el test de memoria posterior? Pues efectivamente, los que tenían que hacerse una impresión global, no nos hablaría Lieberman de este estudio si no fuera así. La moraleja es que el sistema de mentalización no sirve solo para el mundo social, sino que es un poderoso sistema de memoria que podría ser utilizado en educación de la manera adecuada.

Pensemos en las clases de historia, todas esos reyes que mandaban, las guerras de unos contra otros, los años en las que las libraron, las fronteras entre países resultantes…Todos esos hechos carecen del contenido que interesa al sistema de mentalización y las mentes de los alumnos se peonen a pensar en otra cosa. A los estudiantes les interesa el “porqué” más que el cómo o el qué. Si se presentaran los hechos históricos en forma de narrativas sociales con los pensamientos motivaciones y sentimientos de la figuras históricas probablemente se mejoraría la retención en la memoria. Lo mismo ocurre con la lengua. Se les llena la cabeza a los alumnos de gramática, sintagmas nominales y toda esa jerga propia de lingüistas. Lieberman propine que, en lugar de Lengua, se den clases de “Comunicación” y nos centremos en todas las herramientas que tenemos para comunicar con otros y en cómo utilizarlas. Entender las mentes de nuestra audiencia y cómo es posible que interpreten o malinterpreten lo que hemos escrito es el principio esencial que está detrás de las reglas de la buena escritura. Conseguir comunicar bien, que se nos entienda fácilmente, ése sería el objetivo.

Otro principio a utilizar es el de  “aprender para enseñar”. Hay estudios que encuentran que cuando aprendemos un material para enseñarlo a otros lo aprendemos y recordamos mejor que si es para nosotros. Por ello, Lieberman propone que los propios estudiantes enseñen a otros estudiantes de curso más bajo (peer tutoring). Los más mayores se van a  sentir una autoridad (imaginemos las ventajas para los que van peor en clase, darles un papel que les haga sentirse importantes) mientras que los peques van a disfrutar de pasar tiempo con los mayores a los que admiran y quieren parecerse. 

Pero Lieberman propone también que se enseñe en clase acerca del mundo social. ¿Por qué no dedicar parte del día a enseñar lo que el cerebro está más biológicamente preparado para aprender? Las habilidades sociales son tan importantes en nuestra vidas como lo que aprendemos en la escuela: aprender a trabajar en equipo, a relacionarse con superiores e inferiores, etc., será algo esencial en nuestro futuro trabajo. Muchos investigadores o docentes, recuerda Lieberman, son muy buenos en su trabajo técnico pero llega el día que tienen que llevar la jefatura de un departamento y ocuparse de dirigir a personas y de tratar con sus problemas laborales y personales, y no saben hacerlo, sencillamente porque no tienen la inteligencia social requerida.

Según Lieberman, deberíamos enseñar a nuestros alumnos acerca de sus necesidades y motivaciones sociales. Que herir los sentimientos de alguien es más parecido a un asalto físico de lo que pensamos. Que es natural tener tanto motivaciones egoístas y altruistas. Deberíamos enseñarles que sus deseos de estar conectados socialmente no son una debilidad y que nuestro interés en entender el mundo social es una ventaja evolucionista que ha sido incorporada en nuestros sistemas operativos a lo largo de millones de años.

@pitiklinov en Twitter

Referencia










1 comentario:

Germánico dijo...

Recuerdo en parte mi adolescencia. Y recuerdo más precisamente aquello que más significativo fue para mi entonces que, desde luego, no fue ni una fecha, ni un nombre, ni un dato, ni una fórmula, ni una abstracción de cualquier orden, ni un razonamiento más o menos hilvanado: recuerdo afrentas, humillaciones, reconocimientos, sonrisas, peleas, disputas, momentos de fracaso y de gloria sociales -dentro de mi reducido ámbito. Y recuerdo mis sueños de grandeza, de proyectar mi pequeño ego en la sociedad entera, y convertirme en un gran dibujante de comics, en una estrella del rock, en un literato genial...recuerdo la consciencia plena de mi unicidad, acompañada del deseo de hacerme notar para lograr aplausos y besos. Al final no era tan único, tan auténtico. A mi alrededor millones de adolescentes tenían iguales o parecidas fantasías, y todos buscaban algo muy similar -con las consabidas diferencias de género.